Camila fue considerado el primer feminicidio de 2019. El feminicida Marciano Cabrera Romero fue detenido unos días después y sentenciado a prisión vitalicia, aunque después su defensa apeló y logró bajar su pena a 76 años de prisión. Actualmente se encuentra en una cárcel en el Estado de México.
Pero la historia de Camila no terminó así. A finales de 2019, sus padres aceptaron la propuesta de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de México (CODHEM) para que la historia de su hija se contara en un documental bajo la premisa de que cuando la familia, la comunidad, los organismos de la sociedad civil y las autoridades trabajan conjuntamente se puede lograr la justicia y evitar la impunidad.
A Guadalupe Mendoza y a José Manuel Espinoza lo que les motivó fue la idea de dar a conocer la esencia de su hija, que su vida y su muerte se conozcan para que la gente aprenda, esté alerta y no se confíe de nadie. Para crear consciencia en los padres y ayudar a parar los feminicidios. El feminicidio infantil, principalmente.
Los padres aceptaron revivir esos días de dolor como una muestra de amor a su hija. Para que Camila siga brillando con luz propia.
Y en Ojos de Perro vs la Impunidad quisimos contar esta historia desde el territorio y sus orígenes. Queremos entender estos crímenes de odio contra la mujer como un fenómeno social del que formamos parte porque, como nos explicó la periodista Lydiette Carrión en este documental, los feminicidas no nacieron de un día a otro, ni es que todos hayan nacido en México: son seres de carne y hueso que se fueron formando al paso de los años, estimulados por la violencia física, emocional e institucional que nos rodea.
Y que desgraciadamente continúa en ascenso, pues mientras en 2019 se cometían 9 homicidios de mujeres al día, para septiembre de 2021 se registró la cifra más alta de homicidios dolosos de mujeres: 377 en un mes. Esto es poco más de 12 mujeres asesinadas al día y solo 104 se investigaban como feminicidios.
La justicia en el caso de Camila fue posible porque se dio una inusual conjunción de esfuerzos de instituciones y activistas, pero sabemos que en gran parte de los casos esto no ocurre así. No debería ser necesario que los planetas se alineen para que las niñas tengan justicia. Además, estamos seguros de que si el criminal hubiera tenido recursos o influencias, hubiera tenido altas probabilidades de zafarse de la cárcel y quedar impune. La pobreza es definitoria en el sistema judicial mexicano. Tampoco debería ser así.
Cuando los queridos Coizta y Témoris Grecko me invitaron a escribir el guión de Camila. La justicia posible, lo primero que sentí fue miedo; harto miedo. No mucho antes, en mi primera experiencia laboral con el documental, también en colaboración con Ojos de Perro, había llevado a cabo el montaje de No se mata la verdad, sobre la violencia contra periodistas en México. Y enfrentarme con esa realidad de nuestro país había hecho mella en mi ánimo, provocándome ansiedad y desazón profundas.
Pensar en escribir la historia de una pequeña que había sido ultrajada de tal manera, a quien se le había arrebatado la vida en un arranque de lujuria desbordada, inmisericorde, por un hombre que previamente había dado señales de ser capaz de hacer mucho daño a las mujeres, me llenaba de temor por mi propia paz emocional y mental. Después de todo, tengo tres hijas que me provocan un sinfín de sentimientos encontrados al verlas convertirse en seres hermosos y llenos de luz, como son las pequeñas que florecen entre las grietas de un pavimento estéril e inerte, a la vez que las miro y siento un profundo temor al tomar en cuenta la inenarrable violencia que se ejerce en nuestro país sobre las mujeres.
Sin embargo, escribir la historia de Camila, de cómo su familia, sus vecinos, las instituciones casi fortuitamente se coordinaron con la sociedad civil y las autoridades para resolver el caso de su desaparición, dando como fruto que se encontrara y arrestara al asesino violador, que fue sentenciado y encarcelado por su crimen, lo cual sucede en un casi insignificante número de casos, se convirtió para mí en una labor que llevé a cabo pensando en todas las mujeres, las jóvenes, las niñas que corren (corremos) peligro cada vez que ponemos un pie fuera de nuestra seguridad personal.
Lo que busqué con esta historia fue hacerla significativa. Que lo que le pasó a Camila pudiera dar lugar no solo a un homenaje para ella, sino a un recordatorio para todos nosotros sobre la responsabilidad que nos corresponde en un hecho como este, por monstruoso y ajeno que nos quiera parecer, así como a una búsqueda sobre qué, en nuestra sociedad, ha permitido que los maltratos, las indiferencias, los feminicidios, sean resultado de un mal sistémico que nos corresponde ver y enfrentar como sociedad y como individuos (¿individuas?).
Agradezco mucho la confianza que las y los camaradas de Ojos de Perro vs la Impunidad han depositado en mí, pues hemos jugado en equipo desde un principio, con total apertura a los puntos de vista de cada quién, lo cual ha hecho de este proceso, tan doloroso y aterrador como puede parecer, una experiencia que de alguna manera también nos ha ayudado a sanar las heridas que inflige a nuestros corazones un entorno así de hostil y descarnado para las mujeres y las niñas de México.
Confío en que, al terminar de verlo, nos quede una pregunta clara y concisa: ¿qué estoy haciendo yo, ante semejante ignominia?
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