Eran las siete y media de la tarde cuando vinieron por su marido. Las camionetas frenaron con estruendo, los ocupantes bajaron entre gritos. Corrieron asustados los nietos de María Ordóñez, que jugaban en la calle de tierra. Los siguieron al menos seis hombres. Otros quedaron afuera, haciendo guardia. En el rústico patio interior, junto al pozo del que obtienen agua, la abuela no pudo hacer más que abrazar a los pequeños. Los invasores entraron a la casa. Derribaron la única puerta interior, pero detrás de ella no había nadie. Se apoderaron de una laptop, de una tablet, de una cámara y de dos celulares: las herramientas de trabajo del reportero. Él dormía en el piso de arriba. El cansancio de un par de días de duro trabajo no permitió que el ruido alertara a Moisés Sánchez. Probablemente despertó al sentir los golpes, o acaso cuando lo arrastraban hacia afuera. Abrazar a los niños, fuerte: solo eso pudo hacer María. Así miraron cómo se llevaban al abuelo.
María duerme ahora en el dormitorio que compartía con su esposo, el mismo de donde se lo arrancaron. Duerme sola y son las tres de la mañana. Yo descanso en el cuarto adjunto, aunque no logro cerrar los ojos. El temporal del norte ha llegado hasta Medellín de Bravo, un municipio conurbado con el puerto de Veracruz. Los golpes de la lluvia sacuden en el patio un gran árbol de mango. El mango bajo el que solía descansar Moisés, ahí donde tantas veces se sentó a leer para aliviarse un tanto del sol costeño. Hoy hacen guardia allí algunos agentes de la Policía Estatal; en dos posiciones protegidas por sacos de arena, a ocho metros del portón blanco de la casa, se encargan de la seguridad de la familia. O allí supongo que deberían estar: en esta madrugada de lluvia torrencial, no me resulta posible verlos. Lo que debo hacer es protegerme: en este espacio hay una cama, paredes desnudas de ladrillo con rebabas de cemento, y una protección de herrería en el marco de la ventana, pero no hay vidrios. El agua no penetra pero el viento sí, con fuerza.
Jorge, el hijo de Moisés, solía trepar ese mango hace dos décadas. Ahora los niños son sus hijos, Axel y Jorge, de siete y ocho años respectivamente. Ellos sufrieron lo que miles de niños mexicanos han sufrido a través de los años, y lo que tantos otros sufren ahora: el rapto violento -frente a sus ojos- de alguien a quien aman.
Aguardo las últimas horas de la noche. Lo hago en la oscuridad, porque Moisés no alcanzó a poner electricidad en este piso, ni tampoco a resguardarlo con cristales, y es por eso que el viento oculta la respiración de María. Repaso mentalmente la escena del rapto: pienso en los niños y en los hombres, y en Moisés sometido y en María impotente. La bocina de una patrulla policiaca introduce de pronto un elemento de realidad, en la duermevela de horror con la que recibo la primera luz de la mañana. La noche ha pasado tan lenta y de pronto, estos primeros minutos se atropellan en un pestañeo. Hay que levantarse.
Después, descender: las escaleras, también en obra negra, conducen a un pequeño cuarto que lleva por la izquierda al baño y por la derecha a la sala, donde además del televisor hay dos pantallas planas. En ellas se muestran las imágenes captadas por las cámaras de seguridad: cinco del Mecanismo de Protección a Periodistas —un órgano federal—, y tres de la Comisión Estatal de Atención a Periodistas. Tecnología, agentes de vigilancia y alambre de púas para disuadir la amenaza. Los asesinos rondan libremente. La familia se tiene que encerrar.
Áxel se encuentra solo en esa estancia. A través de la tela que cuelga en el umbral, a manera de puerta, puedo distinguir sus grandes ojos oscuros. Pero él no ha notado que estoy ahí. Es delgado y de baja estatura. A sus siete años ya vivió una dura experiencia. Ahora otro extraño -al que no espera porque no lo vio llegar en la noche- va a ingresar a su espacio.
“Hola pequeño Áxel”, me anuncio antes de mover el paño y entrar. El niño eleva los ojos. No se asusta. No confía.
-¿Quién eres tú?
-Un amigo de tu papá.
-¿Y de dónde sales?
-De arriba, dormí arriba.
Otra mirada le basta. Comparte:
-¿Sabías que hay dinosaurios que están hechos de agua y dinosaurios que están hechos de paja?
Se sienta a conversar, a averiguar. No pregunta sobre la profesión del periodista, lo sabe todo al respecto. También lo peor. Quiere oír de otros países. ¿Hay dinosaurios?
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En octubre de 2014 México lidiaba con el efecto de tres grandes heridas: la noche de Iguala, en la que seis personas fueron asesinadas, y policías locales desaparecieron a 43 estudiantes; la matanza de Tlatlaya, en la que un pelotón de soldados masacró a 15 detenidos; y el escándalo de la “Casa Blanca”, por el cual se supo que el Presidente de la República disfrutaba de una mansión de siete millones de dólares, propiedad de un constructor que había recibido contratos públicos multimillonarios. Aunque hubo dos asesinatos de periodistas durante ese mes, recibieron relativamente poca atención: el público escuchó cómo mataban a balazos al conductor Atilano Román en la cabina de la estación ABC, en la ciudad turística de Mazatlán, Sinaloa; y en ese mismo estado -en el pueblo de Ahome- encontraron el cuerpo torturado de Antonio Gamboa, director de la revista Nueva Prensa.
La agresión contra Moisés Sánchez, el 2 de enero siguiente, también pudo haberse ahogado en el mar de la violencia nacional. Pero en este ataque sobresalía el privilegio de la esperanza. “Vivo se lo llevaron, vivo lo queremos”: este viejo eslogan siempre rejuvenece en México. La desaparición de personas se ha convertido en un hecho cotidiano, en un país cuya cultura ancestral festeja la muerte natural de los seres humanos, pero no su abrupta desaparición. Porque sabemos hacer duelo y –laicos o religiosos- abrimos camino a nuestros muertos sin perder el vínculo emocional, el hilo familiar con el cual los traemos de regreso para recibir consejo y consuelo, o simplemente para comer y beber a gusto con ellos. Pero si alguien se nos va sin dejar huella, si se nos arrebata a un ser querido sin indicio ni señal de lo ocurrido, nos sentimos invadidos por una angustia incomparable, un dolor que no se va ni puede irse, una amargura sin reconciliación posible. La actividad, entonces, se hace frenética. Si no tenemos el cadáver es porque no está muerto, y si hay un resquicio para salvar su vida, entonces la acción se hace urgente y cada segundo debe ser aprovechado.
La policía tardó en reaccionar. No como siempre: peor. Les tomó dos horas llegar a la casa, a pesar de que unos testigos vieron a dos agentes en un carro patrulla estacionados en las cercanías, mientras los asesinos se alejaban. Jorge llamó a un amigo periodista para que lo ayudara a difundir los hechos, quizás la opinión pública pudiera presionara a las autoridades. Como no se sabía quién era Moisés, el gremio de periodistas tardaba en reaccionar. Una usuaria de Twitter convocó a que nos reuniéramos en la Representación del Estado de Veracruz en la Ciudad de México, en una casona afrancesada de la calle de Marsella, para exigir mayor rapidez en la búsqueda. Las primeras horas son vitales y mientras más tiempo pase, las posibilidades de hallar con vida a la víctima se reducen. Varios secundamos el llamado. Llegué el primero, con tres cartulinas. Después arribó la convocante: siendo dos, mostramos nuestros letreros. Luego vinieron más. Fuimos tantos, finalmente, que tuvimos que tomar turnos: los paseantes observaban curiosos cómo seis reporterosrealizábamos la protesta, mientras los restantes seis hacían las fotos, y luego intercambiábamos lugares para que ellos gritaran las consignas mientras nosotros nos encargábamos de retratarlos. División del trabajo.
Las autoridades del estado de Veracruz tenían otra visión del asunto: “no es periodista, es conductor de taxi”, sentenció el gobernador Javier Duarte. Para él, Moisés no merecía el tiempo de nadie, pero empezó a crecer la presión de los medios y de la opinión pública. Los reporteros veracruzanos se manifestaron en varias ciudades, cada vez en mayor número. El 8 de enero el Colectivo Voz Alterna -formado por periodistas xalapeños- planteó esa demanda, con carácter de urgente, en una sesión del Congreso del Estado. En una carta leída por el fotógrafo Rubén Espinosa, el Colectivo exigió que el caso no fuera tratado por la fiscalía local, sino a nivel federal, para evitar que los sospechosos quedaran a cargo de la investigación. La prioridad de las autoridades, por su parte, era acallar el ruido descalificando la labor periodística de Moisés por el simple hecho de que era también taxista. Todo esto me lo hizo ver Leopoldo Maldonado, de la organización Article 19 y abogado de la familia de Moisés: “No se preocupaban primordialmente por su paradero, no se preocupaban por encontrarlo con vida”.
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Es difícil cuidar a los niños cuando el espanto se hace cotidiano. En las primeras semanas de incertidumbre, Jorge solía decirles a sus hijos que su abuelo regresaría pronto, que estaba ocupado por ahí, en el taxi. Pero así como Moisés solía llegar acongojado por las historias de abusos policiacos, por los asesinatos derivados de la extorsión, o por la violencia desatada en Medellín por la guerra entre cárteles locales, ahora él mismo era la noticia de la que todos hablaban.
Eso sucedió también en la escuela. El cuerpo de Moisés fue hallado el 24 de enero, después de tres semanas de angustia, y aún pasaron algunos días antes de que Jorge pudiera confirmar que el cadáver era el de su padre y no el de un desconocido, usado solamente para cerrar el caso y archivarlo. El funeral se llevó a cabo el 6 de febrero en la casa construida por Moisés con sus propias manos. Sobre un ataúd gris metálico podían verse una cámara Minolta, una videocámara Sony y dos fotografías del reportero. No fue posible ya ocultarles su muerte a los pequeños.
Ni cómo lo mataron.
Áxel pedía:
-Déjame verlo, déjame.
-Espérate tantito, que está dormido.
-Es que mis amigos dicen que a mi abuelo lo hicieron cachitos.
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¿Qué es indispensable para hacer periodismo? Moisés nos demostró que voluntad y poco más que eso. Hace unas semanas, un nuevo equipo se hizo cargo del proyecto televisivo de un gran diario. En la lista de peticiones que presentó a los dueños no hay laptops, cámaras, seguros de vida ni chalecos antibalas, sino coches de lujo y boletos de avión en clase ejecutiva. Le cuento lo anterior a Jorge, el hijo de Moisés, pero creo que le da igual. Tal vez ha escuchado tantas anécdotas de ese tipo que ya lo aburren. O acaso considera que las laptops y los chalecos son tan suntuarios como los coches caros. Que el periodismo no necesita de tecnología de punta sino de pasión, compromiso y entrega. Y que ningún chaleco te va a salvar cuando vengan por ti.
A Moisés lo secuestraron, lo degollaron, lo partieron en pedazos y lo arrojaron por allí en bolsas negras de basura. Clemente Noé Rodríguez, agente de la Policía Intermunicipal y único detenido por el asesinato, explicó en su confesión videograbada los motivos de este sadismo: “Alborotaba el panal, nos dijeron, pero al principio no sabíamos que era periodista, pensábamos que sólo era un taxista. Fue a los dos días cuando nos enteramos en la prensa, y que además publicaba cosas que perjudicaban al Ayuntamiento”.
El “perjuicio” lo causaba a través de La Unión, un impreso en blanco y negro de 21 centímetros de alto y 14 de ancho. Es el tamaño media carta, que parece pequeño entre los dedos meñique, medio y pulgar, porque Moisés reproducía los originales en fotocopiadora y doblaba las hojas por la mitad. A un costo de 20 centavos por página, producía unos mil ejemplares cada mes y a veces trimestralmente, para repartirlos gratuitamente a tantos habitantes del municipio como pudiera alcanzar. “En algún momento intentó meterle publicidad, pero no a mucha gente le interesó”, recuerda su hijo, “nada más tuvo dos, tres anuncios, pero no salía para costearlo. Su intención no era obtener un ingreso sino informar”.
Para tener ingresos, Moisés hizo muchos trabajos: vendedor de verduras, carnicero, taxista. Como autodidacta apasionado, dejó testimonios de su vida en algunos experimentos audiovisuales. Tal es el caso de un video muy sencillo en el que se grabó en contrapicada –con un techo de lámina como fondo y al lado de un viejo refrigerador- promoviendo su periódico. Moreno, de cabello entrecano, mediana estatura y complexión regular, Moisés aparece anunciando su periódico sin demasiado éxito: “La información de Medellín… las noticias que usted quiera ver, aquí”. Se detiene a continuación para recordar algún hecho concreto qué referir, y toma aire: “Las noticias de las bodas colectivas del municipio… las noticias”. Levemente entrecierra los ojos y sonríe, como si le causara gracia su bloqueo mental. “Las noticias sobre… deportes”. Sonríe nuevamente, se queda en pausa y opta por terminar la prueba. Él era el director, el reportero, el publicista y el distribuidor de La Unión…"
En años recientes, Jorge aprendió a diseñar publicaciones en computadora. Así pudo apoyar a su padre dándole una apariencia un poco más moderna al impreso. Antes de eso, durante casi dos décadas, Moisés lo había hecho todo como el viejo y dedicado artesano que era: cortando a tijera imágenes y columnas, y fijándolas con un pegamento en lápiz sobre la hoja que hacía de lienzo. Una tarjeta de presentación podía convertirse así en un anuncio. Un cabezal que utilizó para la edición del 3 de agosto de 1998 parece dibujado con bolígrafo: muestra a varias figuras humanas, hechas con cinco breves líneas y una bolita, que suben unos peldaños, y reza: "Semanario informativo La Unión… Nuestro lema: Ante todo la verdad, aunque le duela". Más adelante, utilizó tipografía informática para un titular más ambicioso: "Medios informativos LA UNIÓN… La voz de Medellín".
Trataba temas diversos. Concebía el periódico como un órgano comunitario que daba cuenta de todo lo que era o podía ser relevante para sus pobladores, como los eventos del ayuntamiento y los de las agrupaciones religiosas locales, ferias y encuentros deportivos. De haber sido solo eso, de haberse quedado en ese registro periodístico, los sucesivos alcaldes y gobernadores no lo hubieran considerado un problema, ni un riesgo, ni un enemigo. Pero Moisés decidió ser bastante más que eso. Caminos inundados, obras inconclusas, accidentes urbanos, abusos de autoridad, excesos policiacos. Moisés les dirigía cartas abiertas a los funcionarios para recordarles lo que no estaban haciendo, en dónde fallaban, los compromisos que incumplían. Hacía también la crónica de la violencia, de los asaltos, secuestros y asesinatos, e incluso señalaba a los policías municipales que “levantaban” ciudadanos para llevarlos a una cárcel clandestina, donde los torturaban hasta que los familiares pagaban un rescate. La de Moisés es una narrativa que no aparece cuando uno se asoma a los documentos oficiales: es sistemáticamente borrada para evitar problemas, cuidar negocios, guardar pactos inconfesables. El Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, por ejemplo, registra cero secuestros en este municipio en 2014. Pero al investigar la muerte de Moisés, la Fiscalía estatal conoció de once.
Su padre, recuerda Jorge, decía que “vivimos con gobiernos que no han llegado al poder para trabajar, no han llegado para tener un municipio mejor, un Medellín mejor. Han llegado con la idea de saquear, de robar, de darle trabajo a su hermano, a su cuñado, a su nuero, a aquél que pagó su campaña, a aquél que los financió”. Moisés, asegura su hijo, recibió una oferta de Omar Cruz, el alcalde de Medellín, de entregarle dinero periódicamente a cambio de inclinarse a su favor en La Unión.... El periodista respondió: “No puede ser que me quieras dar 30 mil pesos mensuales para que hable bonito de ti y no puedes componer una lámpara, no puedes hacer banquetas, componer las calles”.
Quienes dominan Medellín de Bravo gustan del silencio. Que las cosas se arreglen sin miradas ajenas. El Puerto de Veracruz y Boca del Río concentran las actividades económicas de la zona, y las empresas pagan impuestos que se quedan allí mismo. Medellín solo sirve como ciudad dormitorio. Es allí donde viven los empleados, y los ingresos locales son pocos. Y de ellos, buena parte se pierde en las complicidades del poder.
Sin planeación ni control, el crecimiento metropolitano desconectó a Medellín del ámbito rural sin darle un carácter urbano. En el centro de la zona administrativa del mismo nombre, el edificio del ayuntamiento -levantado en los años setentas- contrasta con el templo sencillo edificado en 1524 por orden del conquistador español Hernán Cortés, el cual constituyó en su tiempo la segunda parroquia de la América continental. En este núcleo central habitan solo 3 mil de los 75 mil pobladores del municipio. El resto se divide entre comunidades pobres, con pésimos servicios públicos, y fraccionamientos residenciales para una clase media que no puede pagar los precios de las zonas más cercanas a la costa.
Por lo que hace a la producción local, es un hecho que está en crisis. El mango, del cual Medellín el principal productor estatal, ha dejado de ser redituable y los dueños de la tierra han preferido ponerla a disposición de los desarrolladores inmobiliarios. A mano derecha de la calle de la familia de Moisés, se extiende un amplio terreno que proveyó toneladas de fruta en décadas anteriores, y que ahora se alquila para una escuela, o como espacio destinado a las guardias policiacas del estado. Su apariencia es de total descuido.
El medellinense típico es un migrante que llegó buscando vivienda barata en los humedales de la zona, como Moisés y María, que se mudaron desde el Puerto de Veracruz en 1989 —cuando Jorge tenía apenas 4 años— para ocupar, con otros cientos de personas un terreno en litigio. Eventualmente fueron reubicados con 350 familias en la localidad de El Tejar.
Dos décadas más tarde, las condiciones generales siguen siendo muy malas. Vías de tierra que se anegan con las lluvias y conviven con grandes pilas de basura. Solo muy recientemente se empezaron a introducir redes de agua potable y drenaje. En cuanto al servicio de seguridad pública, resulta tan peligroso como la delincuencia.
En México los gobernadores, lo mismo que el presidente, son electos para periodos de seis años que llamamos “sexenios”. Bajo la administración de Fidel Herrera (2004-2010), el grupo criminal conocido como “Cártel de los Zetas” se extendió por el estado. Sobre Herrera se hicieron tantas denuncias de complicidad con delincuentes que, en octubre de 2015, cuando fue designado cónsul de México en Barcelona, el ayuntamiento de esa ciudad y el grupo de residentes mexicanos Taula per Mèxic protestaron ante las autoridades españolas por haberle concedido el placet a un funcionario acusado de cometer graves crímenes. Herrera tuvo que dejar su cargo diplomático sólo 15 meses después de las acusaciones, mientras era investigado por la supuesta compra de medicamentos falsos para atender a niños que debían recibir quimioterapia.
La organización de los Zetas impuso su poder en el espacio metropolitano conformado por el triángulo Veracruz-Boca del Río-Medellín. Se ocupó del narcotráfico y del robo de combustible, y emprendió actividades que lastimaron directamente a los habitantes, como el secuestro, el cobro de piso y la extorsión. La policía no solo no intentó detener a los criminales, sino todo lo contrario: atacó también a los comerciantes, a los empleados y a los vecinos.
La transformación del escenario criminal coincidió con dos momentos clave de la política estatal: primero con la salida de Fidel Herrera, reemplazado por el nuevo gobernador Javier Duarte en 2010, y más tarde cuando el alcalde Omar Isleño fue sustituido asimismo por Omar Cruz en diciembre de 2013. Todos estos políticos pertenecían al Partido Revolucionario Institucional (el PRI, identificado con el color rojo), con la excepción de Omar Cruz, del Partido Acción Nacional (PAN, asociado al color azul). No obstante, a Omar Cruz y a su grupo los conocían como los “panistas rojos”, por su cercanía al gobernador priísta Javier Duarte. Con estas transformaciones políticas se produjo también un nuevo equilibrio criminal: los Zetas pasaron a la defensiva frente al empuje del grupo llamado Cártel Jalisco Nueva Generación y algunos sectores de la policía cambiaron igualmente de preferencias.
Además de publicar lo que ocurría en La Unión…, Moisés se esforzaba por colocar los asuntos locales ante la opinión pública estatal, actuando como fuente para periodistas de medios establecidos, a quienes mantenía al tanto de lo que ocurría en su municipio. Medellín es un hoyo negro: la mayor parte de los mexicanos no sabe que existe y cuando escuchan su nombre, piensan en la ciudad colombiana. Moisés era la única luz informativa. Contaba lo que no se debía contar.
La prensa estuvo bajo asedio durante el gobierno de Fidel Herrera, con cuatro periodistas asesinados en el curso de seis años; los estados de Chihuahua, Guerrero y Tamaulipas tuvieron sin embargo cifras bastante más altas en ese periodo. Seis meses después de que Javier Duarte asumió la gubernatura, Veracruz empezó a tomar la delantera a nivel nacional, al punto de acumularse en el sexenio un total de 17 periodistas muertos y tres desaparecidos. Es decir, que se multiplicó en el estado cinco veces la ya de por sí mala estadística dejada por el ex gobernador Fidel Herrera. Esta tendencia se agudizó notablemente en la primavera de 2012: el 28 de abril mataron en su casa a Regina Martínez, corresponsal de un medio nacional, la revista Proceso; cinco días después, el 3 de mayo, la mafia se llevó a cuatro de un golpe: tres reporteros y una trabajadora administrativa de la agencia Veracruz News.
Un joven periodista, Israel Hernández, fundador de la Red Veracruzana de Periodistas, me llevó al sitio donde hallaron los cuatro cuerpos desmembrados, en bolsas negras: los arrojaron a La Zamorana, un apestoso canal de aguas residuales que desemboca en el Golfo de México. No es un sito remoto o aislado: ahí confluyen los tres municipios conurbados del puerto de Veracruz, Boca del Río y Medellín, y se levantan las casas de un fraccionamiento de clase media llamado Las Vegas. “El hallazgo fue a plena luz del día. Los compañeros no se pudieron acercar a la zona porque (lo impedía) el personal de bomberos y de la Marina que rescató los cuerpos”, detalló Israel. “Era un mensaje de que ellos tenían el reinado y que nada los detenía, y que tenían el poder de hacer lo que quisieran con quien fuera”.
El décimo asesinado bajo el gobierno duartista fue Gregorio “Goyo” Jiménez, el 11 de febrero de 2014. Tras su secuestro, los periodistas nos movilizamos bajo el lema “Queremos vivo a Goyo”. Encontraron su cuerpo, amontonado con otros cadáveres, en una fosa clandestina.
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La unión de los colegas rescató el proyecto de Moisés. Reporteros y fotógrafos se ofrecieron como voluntarios y el material fue impreso con apoyo de la organización de defensa de la libertad de expresión Article 19. El 12 de febrero, sólo seis días después de enterrar a su padre, Jorge Sánchez lo revivió: el periódico La Unión…, en su nueva época, fue presentado en las oficinas de Cencos, en la Ciudad de México, en formato tabloide y con una calidad que hubiera enorgullecido al fundador.
En el evento, el conocido periodista Javier Solórzano se dirigió a Jorge con estas palabras: “La batalla de Moisés es la batalla interminable, una batalla que nunca va a parar, en la que tú estás colocándote como un heredero”. Hasta los días del crimen, este joven de 29 años era el tranquilo diseñador de una revista de estilo de vida, GB Magazine: GB por Gente Bonita. Semanas después, estaba tomando el periódico de denuncia ciudadana que le costó la vida a su creador. “Has sabido ser un digno hijo de tu padre”, siguió Solórzano. “Eso es algo que todos tendríamos que ver: tú te podrías dedicar a otra cosa pero ahora el camino te está llevando. Quisiera valorar esto de que de repente pierdas a tu padre, pero en lugar de meterte a las covachas y los escondrijos, sales y das la cara”.
“Estoy seguro de que todo este tiempo, a pesar de lo amargo del episodio que pudo haber vivido, él no se arrepintió de lo que hacía. A él nunca le pasó por la cabeza el arrepentirse, el decir ‘me hubiera callado, silenciado mi voz y a lo mejor no estaría en esta situación’”, sostuvo Jorge Sánchez en su turno. Lucía cabizbajo, desacostumbrado a hablar en público, y especialmente a ese amargo protagonismo que impone la desdicha. Presentaban aquel número, dijo, “para que su filosofía, su esfuerzo, todo lo que Moisés hizo no haya sido en vano. Porque si no, ellos ganan, aquéllos que mandaron silenciarlo, aquéllos a los que incomodó, aquéllos que dieron la orden de callar una voz crítica. La Unión… debe continuar con vida porque esto no se puede repetir. No queremos escuchar que ha habido otro Moisés desaparecido en ninguna parte de México. No queremos escuchar que hay otro Moisés asesinado. La Unión… continuará, seguirá distribuyéndose, porque es nuestra manera de protestar, de decir que no nos dan miedo, no nos callarán”.
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Siento temor por el riesgo que corren, tristeza por su soledad y admiración por la valentía de estos veinteañeros: Rubén Espinosa documenta con su cámara cómo Jorge Sánchez, la reportera Arantxa Arcos y el fotógrafo Raziel Roldán caminan por las calles del centro de Xalapa, para repartir gratuitamente ejemplares del nuevo número de La Unión…. Una edición que anuncia “El Medellín de Moisés”, en su primera plana, y “Silencio forzado”, en la contraportada. Se la ofrecen a cualquier persona: a los ciudadanos que se acercan a pedir ejemplares y también a los policías antimotines que los rechazan. Hay personas que se alejan con miedo: en Veracruz, todo lo que tenga que ver con víctimas puede convertirte en una de ellas.
Es 28 de abril de 2015, se cumplieron tres años del asesinato de Regina Martínez y el crimen no ha sido aclarado. Los jóvenes se unieron a dos centenares de comunicadores y activistas frente al Palacio de Gobierno, un edificio neoclásico de cantera rosa erigido en 1855, donde despacha el gobernador Javier Duarte. Con Rubén y otros periodistas locales, no fuimos muchos los que estuvimos haciendo fotografías pero, por lo estrecho de la columna, mantuvimos comunicación para no estropearnos las tomas. Jorge Sánchez caminaba al frente con un megáfono en la mano. La primera manta decía: “Basta ya de violencia en Veracruz”, con un retrato en alto contraste de la periodista caída. “¡Regina vive!”, gritaba un joven de camiseta blanca, que llevaba una barba crecida y bigote superior rasurado, al estilo salafista. “¡La lucha sigue!”, responden Jorge y la multitud. “¡Goyo vive!” “¡Moisés vive!” “¡La lucha sigue!”
Pasarán solamente cinco días para el asesinato del periodista número 12 del sexenio de Duarte. Desaparecido el 3 de mayo, el cuerpo del reportero Armando Saldaña fue hallado al día siguiente en el estado de Oaxaca -apenas a diez kilómetros de los límites con Veracruz- con cuatro orificios de bala y huellas de tortura.
Aunque Armando era veracruzano, trabajaba para medios veracruzanos y practicaba el periodismo en Veracruz, el fiscal de ese mismo estado puso en duda si el crimen había tenido que ver con Veracruz, si el secuestro y la muerte habían ocurrido en esa entidad y si lo habrían cometido veracruzanos. Para el fiscal Luis Ángel Bravo, el asunto era simple: el cuerpo no había aparecido en Veracruz. “Este hallazgo lamentable fue en Oaxaca”, declaró, “y no encuentro razones para hacerla aquí (la investigación), ya que no hay absolutamente ninguna evidencia, ningún indicio, ninguna averiguación o expediente, que oriente a pensar que aquí se cometió algún hecho que a la postre haya producido algún efecto en el hallazgo de Armando Saldaña. Son hechos que acontecen a Oaxaca y a los que el estado de Veracruz es totalmente ajeno”.
Los comunicadores no tienen ninguna esperanza de ser oídos. ¿Cómo podrían tenerla, si el gobernador Duarte se ha empeñado en minimizar la violencia general, y en particular la dirigida hacia los reporteros? En octubre de 2014, en un recorrido por el World Trade Center de Boca del Río, aseguró que “he sido reconocido por el crecimiento, el desarrollo que hemos tenido en materia de seguridad”, pues en Veracruz “antes se hablaba de balaceras, de asesinatos, de participación de la delincuencia organizada, y hoy hablamos de robos a negocios, de que se robaron un Frutsi (bebida azucarada) y unos Pingüinos (pastelillos) en un Oxxo”.
“El Sabueso”, un proyecto de verificación de hechos del portal Animal Político, le otorgó a ese alegato su calificación de “Ridículo”, ya que en ese estado -solo durante el 2014- se cometieron casi 2 mil robos a negocios, más de 5 mil robos de vehículos y 3 mil a casa habitación. "Para ponerlo en palabras del Gobernador, en Veracruz se roban más autos que Frutsis y Pingüinos”, ironizó la publicación. Además, según el mismo sitio web, ese año Veracruz sufrió 512 homicidios, casi tantos como todos los que reportó Canadá, con 569. Hasta octubre de 2014 Veracruz fue el tercer estado con mayor número de secuestros, con 142 a lo largo del año, un 42% de incremento sobre 2013.
“¡Ahí están, ahí están los que matan la verdad!”, corean los inconformes frente a la oficina de Duarte. Jorge sostiene un cartel negro sobre el que destaca, en color rojo sangre, el contorno del estado de Veracruz, y la leyenda en letras blancas “Fiscalía de la IMPUNIDAD”. Detrás, una joven levanta la cartulina blanca sobre la que ha escrito: “No les creemos”. Las imágenes de Regina son acompañadas por las de Moisés, el más reciente miembro del panteón periodístico veracruzano.
Regina indagó sobre la corrupción de alcaldes, candidatos y funcionarios, muertes extrañas, fraudes y supuestos suicidios, e incluso se atrevió a tocar al ejército mexicano, al sacar a la luz pública el caso de la anciana indígena Ernestina Ascencio Rosario, violada tumultuariamente y asesinada por militares en 2007. El caso ganó resonancia nacional cuando la renombrada conductora de radio Carmen Aristegui retomó la historia, a partir de la investigación de la reportera originaria del poblado serrano de Rafael de Lucio.
A sus 48 años, Regina fue torturada y estrangulada en su casa de Xalapa. Los fiscales de Duarte aseguraron que los responsables fueron un prostituto analfabeto seropositivo, José Hernández, quien habría enamorado a la periodista, y su amigo, Jorge Hernández (sin relación familiar). Ella los habría invitado a su casa a beber cerveza, y ellos habrían aprovechado para matarla y robarle una laptop, un televisor de pantalla plana, dos teléfonos celulares y una cámara fotográfica. En respuesta a quienes testificaron que Regina era una persona reservada y que ese comportamiento no correspondía al suyo, la fiscalía argumentó que la víctima se habría transformado, puesto que algunos cosméticos y perfumes hallados allí constituyeron “un agente externo” que la hizo comportarse de una forma “más entusiasta”. Del supuesto amante no se sabe nada. Las conclusiones se basan en lo declarado por el único detenido –Jorge Hernández, sentenciado a 38 años de prisión-, que después denunció que “los que me agarraron me metieron toques (eléctricos), me vendaron los ojos, me echaron agua por la nariz y me dijeron que me iban a matar y también a mi mamá”, para obligarlo a aprenderse y repetir una versión de los hechos que avalara la versión de las autoridades.
“No les creemos y se lo hicimos saber”, expresó la revista Proceso en un artículo editorial. La frase se convirtió en consigna y acompañó la fase final de la protesta. Puesto que la pequeña plaza frente al Palacio de Gobierno se llama Sebastián Lerdo de Tejada -en honor a un presidente del siglo XIX- los periodistas decidieron ponerle un nuevo nombre: el de su compañera asesinada. “Como no se ha hecho justicia, nosotros queremos seguirla recordando y de manera simbólica denominamos hoy a esta plaza que comúnmente se llama Plaza Lerdo, como Plaza Regina”, leyó la periodista Norma Trujillo. El fotógrafo Rubén Espinosa colocó la placa metálica que consumaba el acto.
***
Jorge no es un visitante asiduo de cementerios. A la tumba de Moisés sólo ha venido en cuatro ocasiones: al prepararla; en el entierro; con su hijo Áxel; y esta mañana del 30 de abril, cuando súbitamente sintió el deseo de acudir, como quien tiene un pendiente. Frente a ella recuerda cómo, además de él, familiares, amigos, vecinos, funcionarios públicos, e incluso policías y criminales le advirtieron a Moisés que estaba en grave peligro, que se arriesgaba demasiado y que estaba dándolo todo por algunos que después no lo agradecerían…
No solo Jorge se lo reprocha, sino algunos más: Moisés no tuvo oídos para la angustia familiar. Su vocación caminaba por delante, a pesar de las señales de peligro. Mejor conocido por "Moi", solía decir en vida que la única forma de obligar a las autoridades a que hagan su trabajo es a través de la denuncia, poniéndolos en evidencia. Protestar fue una de sus líneas de vida. Protestar para provocar un cambio.
Moisés y su familia lo consiguieron en 2013: ese 26 de enero la pareja de Jorge, Adelina Tome (entonces de 20 años de edad y ahora separada), fue atropellada por un autobús que no respetó una luz roja. Una de las llantas delanteras pasó sobre ella. El conductor decidió dar marcha atrás para volver a aplastarla porque en la legislación local, explica Jorge, “sale más barato un muerto que un herido” a quien habrá que pagarle gastos médicos y una indemnización. “Personas que circulaban por esa zona me auxiliaron”, recuerda Adelina, “y evitaron que el chofer me arrollara otra vez. Me quería matar de plano, pero gracias a Dios me auxiliaron”.
Además del impacto emocional y físico, vino el económico: en los primeros 15 días ya habían gastado 85 mil pesos (6 mil dólares) en tratamientos médicos, que la empresa se negó a cubrir. Moisés y su familia iniciaron una campaña pública que obligó a la intervención de las autoridades. Fue difícil porque -señala Jorge- el dueño de la empresa es un personaje influyente que ignoró las órdenes judiciales. Tras un año de lucha se alcanzó un acuerdo: la familia aceptó 90 mil pesos que le urgían para cubrir parte de los 150 mil pesos (11 mil dólares) que adeudaba de gastos médicos.
Moisés no era hombre de rendirse ni de dejarse comprar. Las autoridades no sabían qué hacer con él. La decisión de asesinarlo puede haber sido tomada a fines de 2014, cuando difundió un video que circuló ampliamente en la entidad, y avergonzó a quienes la dominan.
Lo publicó el domingo 14 de diciembre de 2014, 19 días antes de su secuestro. Desde que Omar Cruz tomó posesión de la alcaldía de Medellín, a fines de 2013, Moisés había insistido en que debería pedir que la Secretaría de Marina asumiera las tareas de protección del municipio –como había ocurrido en otras localidades- y se despidiera a los agentes de la policía municipal, acusados de tener nexos con las organizaciones criminales. Cruz prometió hacerlo, pero no pasó de allí: los únicos marinos que veían los medellinenses eran los adscritos a la escolta del propio alcalde. La noche anterior, dos vecinos habían sido heridos de bala; era solo el evento más reciente de una serie de abusos que acabaron con la vida de muchas personas, incluido un bebé al que mataron durante un robo en su casa. Los habitantes de la comunidad de El Tejar decidieron formar un “comité de autodefensa”.
En una atmósfera nocturna, bajo el letrero de la calle Tulipanes y con la solitaria luz de la videocámara, la cámara evita los rostros y busca las manos con machetes de una docena de pobladores, que explican lo que están haciendo: “Ya que no entran las autoridades, nosotros mismos vamos a hacer justicia con nuestras propias manos, porque ya basta de abusos”, dice una mujer. A ella la sigue un hombre: “quedan advertidos, toda la delincuencia, que no tienen nada que venir a hacer a esta colonia”. Uno más da su opinión sobre el alcalde Cruz: “Hay gente del ejército cuidando sus espaldas. Él no confía ni en la policía. Entonces, ¿cómo vamos a confiar nosotros en la policía”.
El asunto molestó en el ayuntamiento y también en la capital del estado. Según Jorge, Moisés supo que -por esas fechas- Cruz había sostenido una reunión privada en Xalapa, en la que el gobernador Duarte regañó al alcalde de Medellín. “No es posible que no hayas podido callar a Moisés, que no lo hayas comprado”, le habría dicho el priísta. Y el del PAN habría respondido: “Es que con Moi no se puede hablar, no se vende, no le vas a llegar con dinero”.
Si la mayoría de los crímenes en Veracruz son arrojados al archivo sin ninguna investigación, sin al menos una hipótesis de lo ocurrido, en este caso el fiscal Luis Ángel Bravo salió a dar la cara y ofreció una versión oficial. Los periodistas locales descartan que eso haya ocurrido por un genuino sentido del deber, sino porque Jorge Sánchez tuvo la oportunidad de presentar sus críticas en una entrevista con Carmen Aristegui -la conductora de noticias más popular de la radio nacional- y porque eso obligó a las autoridades estatales a demostrar que estaban trabajando.
Según las conclusiones de Bravo, la orden de matar a Moisés fue dada por el alcalde Omar Cruz, transmitida por su chofer, Martín López, y ejecutada por Rodríguez y otros cinco individuos, de los que sólo se conocen los apodos: “El Harry”, “El Chelo”, “El Piolín”, “El Moi” y “El Olmos”. Están basadas solamente en el testimonio grabado de Clemente Noé Rodríguez, el único detenido. Lo subieron a YouTube. En ausencia de casos firmes, este tipo de declaraciones son cotidianamente fabricados por las autoridades y filtrados, en un intento de manipular a la opinión pública y promover su versión de los hechos. El video de la declaración despierta dudas, en primer lugar por la seguridad y elocuencia con que habla el inculpado: más que la confesión de alguien que corre el riesgo de pasar mucho tiempo en la cárcel, parece el examen profesional de un alumno entusiasta. No se ha arrestado hasta la fecha a nadie más: faltan el conductor, los otros asesinos y el exalcalde Cruz, cuyo paradero nadie conoce. Jorge cree que Cruz sí estuvo involucrado. Pero asegura que están encubriendo a otros por encima de él. Como el gobernador Duarte.
El informe de la Comisión Estatal para la Atención y Protección a Periodistas detalla cinco graves omisiones de las autoridades en el caso, de las cuales la primera es “la ausencia de una línea de investigación sobre supuestas expresiones del gobernador Javier Duarte de Ochoa respecto del periodista Moisés Sánchez Cerezo, previo a su desaparición”, pues esto podría haber sido “una línea de inducción a algún tipo de represalia” contra el periodista.
En marzo de 2018, los dos agentes que fueron vistos cerca de la casa de Moisés, mientras escapaban los delincuentes, fueron condenados por negligencia. La dura sentencia, sin embargo, hizo pensar que los hallaron culpables del crimen y que se había hecho justicia. “Ellos no fueron los que secuestraron a mi padre”, le dijo Jorge al diario La Jornada Veracruz, “ni son los autores intelectuales. Son los que no respondieron a nuestro llamado”.
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Es difícil tratar con las amenazas de muerte: si te las tomas en serio, les concedes una victoria a los agresores, porque cambian tu vida; pero te la quitan si las ignoras y te equivocas. El periodista medellinense las descreyó: aseguraba que no podían “ser tan tontos como para hacerle algo a una persona con un periódico pequeño, porque lo harían muy grande”.
Moisés Sánchez es un héroe solitario que fue asesinado justamente así: en soledad. Pero eso no lo convierte en un ser trágico. Estaba decidido a vencer el temor, convencido de que no puede uno quedarse encerrado, sin hacer nada. Solía decir que “si las cosas están como están, es porque muchos tuvieron miedo”, recuerda Jorge. “Era un optimista, pero no nada más de decir se puede, sino un optimista de los que hacen”.
Su tumba se distingue por los mosaicos color café, que contrastan con la palidez de las circundantes. En la lápida, debajo del cabezal de “La Unión…”, han quedado inscritas las tres ideas fijas de Moisés:
Cada uno debe hacer su parte.
Vivir con miedo no es una opción.
Publicar la verdad es de valientes.
Estas ideas reviven en Jorge: “Si creyeron que al matarlo iba a ganar el silencio, verán que no es así: los vamos a evidenciar. Es mi turno. Exigir justicia. Hacer lo que me corresponde”.
24 de nov de 2020
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